Somos una creación especial para nuestro Padre Dios. Estamos conformados por espíritu, alma y cuerpo. Esta compleja naturaleza nos define y nos une de manera única al Creador.
El Apóstol Pablo menciona en su carta a los Tesalonicenses 5:23-24 (RV60): «Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo». Esta cita nos recuerda la santidad y la protección que Dios ofrece a aquellos que siguen sus enseñanzas.
Nuestro espíritu y alma son inmateriales, mientras que el cuerpo es material. Es esencial entender que, aunque diferentes, estos componentes deben funcionar armónicamente como un ser integral. Cada parte tiene sus necesidades: el cuerpo requiere ejercicio, nutrición, líquidos y minerales. De igual manera, el espíritu necesita nutrirse a través de la palabra de Dios.
La esencia divina puede habitar en nuestro espíritu, permitiéndonos controlar nuestra alma, emociones y pensamientos de manera positiva. Esta relación especial con el divino se refuerza en las palabras del Apóstol Pablo en 1ª de Corintios 3:16 (RV60): «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?». Al albergar al Espíritu de Dios, comenzamos una transformación interna que manifiesta todo lo bueno, perfecto y agradable que el Padre eterno desea para nuestras vidas.
Sin embargo, cuando nos alejamos de esta esencia divina, otras emociones y actitudes predominan, como el ego, la culpa, el orgullo y la ira, entre otras. Estos sentimientos y actitudes pueden presentarse como falsas promesas de felicidad, pero con el tiempo, solo traen tristeza.
Por lo tanto, queda en nuestras manos la decisión: ¿Deseamos que el Espíritu de Dios resida en nosotros? Al aceptar a Jesucristo en nuestros corazones y vidas, encontramos una nueva guía, llena de amor y sabiduría divina. Si enfrentamos dificultades, podemos confiar en que, con la ayuda del Espíritu Santo, hallaremos el camino correcto y la paz que tanto anhelamos.
Finalmente, mi deseo es que este mensaje funcione como una semilla en tu corazón, que crezca y dé frutos en el momento perfecto. Agradezco a Dios por permitirme ser un instrumento en sus manos y a ti, querido lector, por tomarte el tiempo de reflexionar con estas palabras.
Magdy Roxana Paredes |Licenciada en Teología