Hay días inesperados en donde el amor del Padre es revelado a tu corazón y se manifiesta de maneras asombrosas. Mediante la parábola del hijo pródigo me he fortalecido en fe con una nueva enseñanza.

Esta historia bíblica ha cambiado mi perspectiva en varias áreas y quiero compartir estas reflexiones contigo.

«El hijo menor le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de la propiedad que me corresponde’. Y el padre repartió sus bienes entre ellos.” Lucas 15:11-32.

  1. El Hijo Menor: Al igual que el hijo menor en la parábola, hay momentos en los que pedimos cosas que quizás no corresponden con nuestro nivel de madurez o con la voluntad de Dios. A pesar de ello, el Padre celestial a veces accede a nuestras peticiones, permitiéndonos aprender lecciones valiosas bajo su constante cuidado. «Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá» (Mateo 7:7)
  1. El Hijo Mayor: Este personaje refleja cómo podemos sentirnos justos y merecedores, disfrutando de las bendiciones del Padre pero olvidando la naturaleza de su amor incondicional. A veces, incluso, podemos sentir celos o enojo cuando vemos cómo Dios extiende su gracia y misericordia a quienes consideramos menos merecedores. ¿Pero quién soy yo para señalar quién lo merece y quién no? «Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios» (Efesios 2:8)

Ambos hijos necesitaban comprender profundamente quién era su padre y qué significaba el amor que él ofrecía. Esta es la seguridad que tanto el hijo menor como el mayor necesitaban encontrar: la seguridad en el amor del Padre. «Y estoy convencido de que nada podrá separarnos del amor de Dios» (Romanos 8:38-39)

Lo que más me impacta de esta parábola es la seguridad que proviene del amor del Padre. No nos sostenemos por nuestras acciones o méritos; es el amor del Padre el que sostiene nuestras vidas. Este amor incondicional es el que me permite caminar confiada, sabiendo que, a pesar de mis fallos y dudas, mi salvación y mi refugio están en las manos de Dios.

Por lo tanto, la pregunta crucial es: ¿Dónde está puesta nuestra esperanza? ¿En las obras que hacemos o en el amor del Padre? Independientemente de los errores que cometamos o las dudas que tengamos, nuestra verdadera seguridad radica en el amor inagotable del Padre. «Pero los que confían en el Señor renovarán sus fuerzas» (Isaías 40:31).

Invito a todas a reflexionar sobre esta profunda verdad. Ya sea que te identifiques más con el hijo menor o el mayor, la enseñanza es clara: nuestra seguridad eterna está en el amor del Padre.

Él está a la distancia de una oración, esperando que volvamos a Él, dispuesto a vestirnos, calzarnos y ponernos un anillo, sin importar nuestra condición.

Marta Corado de C. | https://www.facebook.com/martacoradogt  | Mentora y Coach de vida

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