Los valores son principios esenciales que guían nuestro comportamiento. Conociéndolos, cultivamos respeto propio y hacia otros. Vivir en congruencia con ellos nos brinda bienestar, autenticidad y paz interior en nuestras interacciones.

Juan 4:8 nos dice: «Queridos hermanos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de él y lo conoce.»

Los valores son principios que nos guían hacia un comportamiento recto, primero con nosotros mismos y luego con quienes nos rodean. Actuar basándonos en nuestros principios y valores nos lleva a vivir una vida llena de bienestar, armonía, congruencia y autenticidad, lo que nos otorga paz interior.

Estos valores son esenciales y mantenernos firmes en ellos nos proporciona una guía de comportamiento en la vida. Actúan como una brújula que nos orienta en nuestra realización personal. Sin embargo, aquellos de nosotros que crecimos en hogares disfuncionales a menudo no comprendemos qué son los valores, y mucho menos cuáles son los nuestros. Esto no siempre es porque no se nos enseñaron, sino por la confusión que surge cuando se nos habla de valores y, al mismo tiempo, se nos modelan antivalores, como el padre que aparenta fidelidad en casa pero es infiel fuera de ella. Esta incongruencia puede generar confusión y heridas emocionales.

Por eso, te invito a reflexionar: ¿Cuáles son tus valores? ¿Vives en congruencia con ellos?

Durante mucho tiempo, yo misma estuve confundida. No sabía cuáles eran mis valores. Pero hoy reconozco que el respeto es fundamental para mí. Es esencial dármelo a mí misma y luego extenderlo a los demás de la misma manera. No deseo estar cerca de quien no me respete como yo me respeto a mí misma. Y he descubierto que, al aprender a respetarnos, los demás también nos respetan.

Permíteme compartir una experiencia reciente: Estaba en el quiropráctico y nos pasaron a tres personas a la sala de terapia con electrodos. A pesar de haber llegado primero, me asignaron una camilla sin un aparato que, según entendía, era más beneficioso. Sabiendo que el tratamiento costaba $20, con o sin el aparato, decidí preguntar y pedir lo que consideraba mejor para mí. Lo hice con amabilidad y autoridad, mostrando que conozco mis derechos y lo que es mejor para mí. Hoy, cuando pido lo que sé que quiero, lo hago muy amablemente, con respeto y autoridad. Esa autoridad suave que viene de saber quién eres tú porque conoces tus principios y tus valores.

Suponer y no preguntar solo añade a la confusión que ya podemos tener. Pero eso es un tema para otra ocasión.

Desde mi corazón, te envío bendiciones.

Marisbelia Tomodo | www.marisbelia.com | Del miedo al amor blog

 

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